Redacción Enfoque


Cuando era universitaria, fui roja. Fujimori me salvó de ese abismo. Aprovecho esta plataforma para rendir homenaje al Presidente Alberto Fujimori. Te cuento mi historia para que entiendas cómo pasé de odiarlo a admirarlo profundamente.


Ingresé a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos en 1995 a los 17 años. Yo era muy ilusa, impresionable y rebelde.

Fui dirigente de Letras y Fujimori me suspendió un año.

¿Por qué caí en la izquierda?

Mi familia siempre tuvo una marcada actividad política. La mayoría era del APRA, otros de Acción Popular y un tío loco, de izquierda. En las reuniones familiares, todas las sobremesas versaban sobre política. Yo era una niña rara: prefería escuchar esas discusiones que jugar.

Crecí, pues, bebiendo de opiniones políticas. Fue natural para mí hablar sobre política fuera de mi ámbito familiar, y al ingresar a San Marcos, me pareció lo más obvio hacerlo.

La rebeldía también me vino de familia, así que fue una combinación de factores la que me llevó a ser de izquierda.

Primera manifestación

En 95, el Ejército ya estaba en San Marcos y los senderistas se escondían bajo las piedras.

En abril o mayo del 95, entró la Comisión Interventora. Para los que no saben qué fue, les diré en simples palabras que su objetivo fue limpiar el Rectorado y las Facultades de los terroristas que fungían de autoridades.

El preciso día que entró la Comisión fue el que yo me convertí en activista de izquierda. Estaba sentada en el patio de Letras cuando de Educación (en esa época, Educación estaba en el segundo piso) bajó una manifestación. Era la primera que veía en mi vida. Emocionada y curiosa, me acerqué, pregunté y me respondieron que el «dictador» nos imponía autoridades. Me uní a los gritos de protesta. Nadie me iba a imponer nada. ¡Pobre boba!

Lavado de cerebro

En esa misma manifestación, se me acercó JCRB, un dirigente de PR de Derecho. Yo no sabía eso hasta ese momento. Me habló sobre las malignas injusticias sociales y sobre lo malo malito malvado que era Fujimori. Me regaló una separata para leer. No recuerdo sobre qué era, creo que de Feuerbach (yo, ávida lectora, la devoré después). Se acercaron una chica y un chico, siguieron hablándome sobre política. Quedamos en reunirnos un día.

Estaba muy emocionada por participar en política. Me aseguraron que PR odiaba a Sendero y al MRTA, que ellos no querían violencia sólo justicia social. Incluso, me afirmaron que Sendero había matado a sus pobrecitos dirigentes.

Por lo menos una vez por semana nos reuníamos a leer teoría y debatir. Ahora puedo decir que no debatíamos nada, sino que era una burda sesión de preguntas ingenuas y respuestas iluminadas que guiaban mi cerebro.

Dirigencia

No pasó mucho tiempo para que sintiera que el mundo me oprimía y que mi aporte a la humanidad era salir a las marchas. Un día me paré en el patio de Letras, levanté la voz y convoqué a una marcha. Pocos se unieron. En Letras se dedicaban más a emborracharse, dr$g$rse y sobarse los egos mutuamente que a la política. Avanzamos pocos hacia Educación y luego a Psicología, después a Derecho… y así fue mi primera dirección de una marcha.

En casa, no sabían ya cómo evitar que cayera al abismo. Amenazaron con sacarme de la universidad y enviarme a una provincia a estudiar costura. Los de PR no tardaron en decirme que mis padres eran malditos reaccionarios y que ellos me apoyaban. Me aislaron de mi familia, incluso me sembraron odio hacia ella.

Durante las reuniones de dirigentes en Derecho, solía cuestionar sus modos de llevar a cabo las manifestaciones. No les importaba arriesgar la integridad de los alumnos. Estaba a punto de ser tildada de revisionista.

Entre manifestaciones y tomas del Comedor y Facultades pasó mi primer año en San Marcos.

Suspensión

A fines de 1995, me llegó una notificación de la universidad. Me abrieron un proceso. Las posibles sanciones era suspensión o expulsión.

La presión en mi familia aumentó. Comencé a trabajar para no depender económicamente de mi maldita familia burguesa, reaccionaria y traidora al pueblo.

No tuve que pensar «¡Oh, y ahora quién podrá ayudarme!» porque inmediatamente los de PR me propusieron abogados de su sindicato de profesores y de APRODEH.

No sólo yo fui procesada por la universidad, fueron varios dirigentes. Conocí a muchos, algunos de los cuales pasaron por la política y son muy conocidos.

Mientras más estaba estresada por el proceso universitario, mi trabajo, los estudios, y mis relaciones familiares, más se empecinaban los de PR por fidelizar mis emociones.

Al finalizar el 96, conocí el resultado del proceso: me suspendieron un año.

Inicio del despertar

Con el documento de sanción en la mano, me derrumbé. Recordé los sueños por los que había ingresado a Literatura y todo lo que esperaba alcanzar (un Premio Nobel, cómo no, obviamente).

Cuando estaba inmersa en mis oscuridades, me enteré de que los mismos de mi grupo habían dado mi nombre para ser procesada. Resultaba que era una estrategia común entre ellos, pues de esa manera terminaban de aislar a los jóvenes de sus familias, los sometían a la desesperanza, y los más ingenuos que antes se atrevieron a cuestionarlos optaban por abrazar con más pasión su ideología.

Comencé a atar cabos. Las autoridades de San Marcos ya no eran de Sendero ni del MRTA, pero PR sí había logrado infiltrarse. El rector de la Comisión Interventora «había sido»  de PR (obviamente conservaba su corazoncito rojo). Ahora entiendo mejor todo, pues Aníbal Torres (sí, el vejete padrino de Pedro Castillo) era parte de la Comisión.

Podré haber sido boba, pero no irredimible. Mi espíritu crítico me permitió escuchar los argumentos, analizar y decidir. Todavía me consideraba de izquierda, pero luego de ser testigo de las atrocidades y corrupciones que cometían los dirigentes, y de lo que eran capaces de hacer para fidelizar a sus «cuadros», me alejé de la dirigencia y de PR.

Tuvo que pasar algunos años más para darme cuenta de que no es que la izquierda estaba mal llevada por personas con el corazón podrido, sino que la ideología de izquierda nació podrida y con el ánimo de podrir todo lo que tocara.

Alberto Fujimori

Sin Fujimori, a quien llegué a odiar con todas mis fuerzas, habría ingresado a una universidad dominada por Sendero. No quiero ni imaginar esa vida alternativa. Se me eriza la piel.

Sin Fujimori, nunca hubiese tenido la suerte de ser castigada con un año de suspensión. Tal vez no hubiese recibido un golpe semejante que me llevara a analizar mi realidad.

Obviamente, él no dio la sentencia de suspensión, pero gracias a él la recibí.

Alberto Fujimori no sólo salvó al país, sino que, sin saberlo, salvó mi vida.

Mi historia no es rara. Miles de jóvenes sufrieron lavado de cerebro en todas las universidades del Perú. Era la especialidad de la izquierda. La intervención de las universidades más problemáticas (léase «terrucas») regaló un futuro distinto a una generación entera.

Fujimori me regaló la libertad

Más allá de todos los logros ya conocidos de Fujimori (lucha contra la inflación, construcción de colegios y carreteras, etc.), es necesario ser conscientes de que la PACIFICACIÓN que logró no solamente consistió en derrotar militarmente al terrorismo. Significó por encima de todo que dio una nueva y buena alternativa de vida sin violencia a cientos de pueblos del interior… y a miles de universitarios que, como yo, eran más que ilusos, babosos.

Gracias, querido Alberto Fujimori, por regalarme la libertad, pues «pacificar» implica regalar la libertad de actuar y de pensar por uno mismo. No hay nada más sublime y maravilloso que eso.

Hoy, que murió Alberto Fujimori, desde el fondo de mi corazón y muy emocionada escribo: me importa un rábano qué pudo hacer mal, para mí, fue el salvador de mi vida, el dador de mi libertad de pensamiento, el que fue castigado vilmente por permitir que los jóvenes de ese entonces hayamos podido optar por una vida sin violencia física e ideológica.

Mi retribución

La vida me llevó por caminos extraños. Hoy ya no ejerzo la literatura, sino la docencia.

Me siento con el deber moral de hacer entender a mis alumnos que existe otra alternativa a vivir ideologizados, resentidos, alejados de sus familias y con ánimos de destruir la sociedad por venganza.

Sí, existe otra vía: la paz, la concordia y la comprensión de que el mundo no es ni será perfecto, pero que la violencia, el odio y el resentimiento no lo remendará, sino el trabajo arduo y el ánimo de construir, de avanzar, de emprender, de ganarse el pan con esfuerzo y sentirse orgulloso, no víctima eterna de un sistema malo, malo, malito.

Llegué a trabajar 19 años en la Universidad Nacional de Ingeniería, en su centro preuniversitario. El año pasado, fui despedida por decir que los primeros senderistas fueron universitarios y que Abimael Guzmán fue terrorista. Es un precio muy bajo que pago por lo que recibí de Fujimori.

Cada clase que doy es mi retribución a Alberto Fujimori. Intento hacer por mis alumnos lo que él hizo por mí: enseñarles el camino de la libertad.



Autor:
Doriss Vera
dvera@enfoque360.org.pe

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